Hasta dónde llega mi esperanza
"La esperanza es lo último que muere"
Son muchas las veces que hemos escuchado esta frase inspiradora, que por cierto, si no sabías viene de la mitología griega. Pero lo que nunca nos explican es qué sucede entonces cuando se nos muere la esperanza. ¿Qué hay después de eso?
Creo que todos hemos tenido ese sentimiento, de dar todo por perdido, de no ver luz al final de una situación, no encontrar el sentido de nuestra vida, por qué existo en este momento y lugar.
Resulta que, en la mayoría de las ocasiones, el problema es que nosotros mismos decidimos aferrarnos a falsas esperanzas. ¿A qué me refiero?
Hace tiempo me enamoré de alguien, era ese alguien que creo que todos hemos tenido. Parece que el universo lo diseñó especialmente para ti, con todo lo que te gusta y hasta lo que no habías pedido. Es un amor que te ilusiona y te motiva, te hace crecer, quisieras vivir ese sentimiento tan bonito y poder estar con esa persona. Colocas ahí tu esperanza. Y es muy doloroso cuando ese amor no es correspondido, o cuando se corresponde, pero al final no sale como esperabas.
¿Y ahora, qué esperar?
Hay también quienes no se dejan distraer por una cara bonita. He conocido amigos que están concentrados en su objetivo, en llegar a la meta que se han planteado: arquitecto, licenciado, enfermero, dueños de sus propios negocios. Su esperanza está puesta en sus logros, en sus sueños, en alcanzar una posición en el mundo. Y cuando llegan ahí, y realizan su sueño, y cuando ya han hecho lo que siempre habían querido, se dan cuenta que aún tienen vida por delante, pero ya no saben que esperar, ni a dónde ir.

Foto de David Karich para Pixabay
¿Entonces cual debe ser la esperanza? ¿Está aquí en la Tierra? ¿Tenemos que voltear hacia arriba? Debe ser algo grande, algo que inspire a seguir luchando. Me propuse investigar y encontré respuestas muy interesantes, que quiero compartirles. El Papa Benedicto XVI hace una reflexión genial acerca del tema:
A lo largo de la historia el hombre ha buscado esa esperanza, ese algo que lo motive a seguir adelante. Entonces nace una buena idea, capaz de cautivar a muchos, la esperanza de un mundo mejor, del mundo perfecto. Y tantos hombres y mujeres han trabajado por conseguirlo, y han desarrollado inventos, pensamientos e ideas que buscan alcanzar ese mundo soñado. Pero con el paso del tiempo se dieron cuenta que es una esperanza que se aleja cada vez más, es una esperanza para las futuras generaciones, algo que no me afecta ahora ni lo hará después. Después también nos dimos cuenta de que, si queremos un mundo perfecto, hay que crear estructuras que acepten solo lo que es bueno, y al hacer eso le estaríamos quitando a los demás su libertad de elegir. Un mundo sin libertad no puede ser un mundo perfecto, ni siquiera podríamos decir que sería bueno.
Si buscar un mundo perfecto no puede ser nuestra esperanza, ¿entonces cuál es? Pues efectivamente, la gran esperanza solo puede ser Dios. Solo Dios es capaz de darnos lo que nosotros por nuestra propia cuenta no podemos alcanzar. Nuestra esperanza, nuestro mundo perfecto, es el Reino de Dios; pero no es un reino imaginario, ni está en un futuro que nunca va a llegar, su reino está presente allí donde su amor nos alcanza.
Solo su amor nos puede dar la perseverancia para seguir avanzando en este mundo que es imperfecto. La vida, en su plenitud completa, solo puede ser vivida cuando amamos y cuando somos amados, entonces es cuando nos sentimos completos.
Ya habíamos hablado del amor, ¿Y qué pasa cuando se nos acaba el amor en este mundo? Pues que si tenemos la certeza y la seguridad de que Dios nos ama, significa que no se nos terminará el amor. No se nos terminará la fuerza para seguir viviendo y esperando ver su Reino, que no tiene por qué llegar hasta nuestra muerte.
Traigamos a Dios al mundo, llevemos su amor a todos lugares, porque Él, sin lugar a duda, es nuestra esperanza.
De la Carta Encíclica Spe Salvi, Números 30 y 31.