top of page

Un reencuentro con mi ideal

Actualizado: 27 oct 2020

A medida que crecemos crecen nuestras responsabilidades y de alguna forma nuestro tiempo es como si dejara de ser solo de nosotros, nos encontramos absortos en la rutina, prisioneros en lo cotidiano, encadenados a esta locura que alberga la rapidez de la vida.


En distintas ocasiones me he encontrado añorando con la idea de regresar, el ser pequeña de nuevo, ¿Qué irónica es la vida no? Cuando era una niña anhelaba con poder comerme al mundo entero de una sola mordida, quería crecer, ser adulta para poder comprar mis propias cosas, pero todo cambia cuando comienzas a tener noción de lo que verdaderamente es el tiempo y comienzas a ser consciente de lo frágil que en realidad es la vida, que cada segundo se encuentra rozando las comisuras de nuestros labios y la ligera piel que nos cubre cada centímetro en nuestro cuerpo, todo se vuelve más complejo cuando entiendes que la vida avanza tan rápido y que en realidad nada es eterno como creías; y es donde quisieras congelar los segundos, quedarte palpada en aquellos días donde la tarde era larga y te preocupabas por solamente deleitar tu paladar con el helado de frambuesa, o aquellas mañanas donde los brazos de mamá lo eran todo, si te asustaba el mundo bastaba con solo esconder tu pequeño cuerpo detrás de ella para que las cosas estuvieran bien.


¿Recuerdas cuando éramos niños? Cuando el mundo se intensificaba con el simple hecho de mirar, cuando cada flor, cada insecto, cada persona, cada parte en este universo nos asombraba, veíamos hacía cualquier parte y teníamos curiosidad por conocerlo todo y a su vez ese todo nos maravillaba, era como tener un romance de amor con la vida, ¿Qué pasó con esa curiosidad? ¿Qué pasó con nuestro espíritu? ¿Qué pasó con la magia?


A decir verdad, en las últimas semanas me he encontrado justo en este punto, tocando los límites de lo encadenado, sintiéndome libre pero al mismo tiempo sintiendo que mi vida deja de ser solo mía, cometí el gran error de permitir lanzarme a los brazos de este mundo, de lanzarme a mi propio abismo y de alguna forma dejé que mi vida junto con mi entorno se fracturaran, pasaba tanto tiempo inmersa en lo que se suponía que debía hacer, que dejé de lado lo más importante, me perdí en el caos de la rutina que aquél fuego que me impulsaba hacía mi ideal se fue consumiendo. Me mantuve tan ocupada, tan distraída que ni siquiera lo noté, la magia de mi vida se había estado extinguiendo frente a mis ojos, las cosas ya no me maravillaban y la belleza perdía su valor en todo lo que ya era conocido.


Sin embargo, una tarde de domingo decidí sacar a pasear a mis perros, y, mientras caminaba, todos los escenarios que veía, desde el sujeto que tocaba la más exquisita y melodiosa música generada por un piano, la ligera brisa que golpeaba suavemente mis mejillas, las personas que iban caminando con sus parejas, sus amigos, su familia, sus mascotas, hasta la extensa capa azul que cubría el cielo, se fusionaron en uno solo haciendo que esa tarde no solo fuera cualquier tarde de domingo, era la tarde que hacía la diferencia. La tarde que me hizo volver a la vida. Quizás era lo que necesitaba, una conjunción de estímulos que me hicieran sentirme reconectada hacía la vida misma, en ese instante pensé cuantas tardes maravillosas no me he perdido por dejar pasar los pequeños detalles como desapercibidos, por dejar consumirme en mis labores, comprendí que el problema no era el mundo, ni los lugares, ni la vida; el problema no era la rapidez con la que avanzaba, el problema era yo que me negaba rotundamente a detenerme, la vida sigue siendo perfecta tal y como recuerdo cuando veía los paisajes y los alrededores por primera vez, mi romance con ella persistía, pero la cosa estaba en mí que había decidió cegarme y avanzar sin mirar.


¿Cuántas veces no nos pasa algo parecido con Dios? ¿Recuerdan aquellos días? Los días donde apenas comenzábamos a conocerlo y sentíamos una sed tan grande que es casi imposible de describir, una sed de impregnarnos de él, cuando nuestro fuego se alzaba tan alto que podía tocar el cielo, recuerdo cuando conocí a Dios por primera vez, me llené tanto de amor que deseaba explotar y decírselo a todos, volteaba y todo adquiría un nuevo significado, era como estar conociendo nuevamente al mundo por primera vez, esa curiosidad se mantenía intacta. Y entonces ocurre, los días avanzan y conforme lo hacen olvido esa sensación de amor, de conexión y de espiritualidad, comienzan los momentos de sequía, de endurecimiento y de fatiga, olvido mi aventura con Dios y me hundo en mi trabajo, en mis practicas profesionales, en mis clases virtuales, en mis tareas y a su vez en el cansancio, me encontraba pobre de energía, pobre de imaginación y sabía que todo lo que necesitaba era a Dios. Pero por alguna razón todos los días lo postergaba, le daba prioridad al ocio, unos días me encontraba demasiado cansada como para hablar con Dios, otros días pensaba que quizás al día siguiente resultaría un mejor día. Y así me fui, día tras día, encontrando excusas para alejar aquel momento de intimidad con Él; hasta una noche que salí del trabajo, tenía tantas cosas por hacer pero me negaba a aplazarlo un segundo más. En lo personal me gusta conectarme con Dios por medio de la naturaleza, fui a un jardín cerca de mi casa, sentí el césped con la punta de mis falanges, cerré los ojos y poco a poco me permití ser tocada por el silencio, en cuanto abrí nuevamente mis ojos fue como si el escenario donde me encontraba hubiese sido cambiado, se que el contexto no cambió, la que cambió fui yo, me sentí liberada, como si me hubieran quitado un enorme peso de encima, y de un segundo a otro estaba nuevamente vitalizada, pude volver a recordar que fue lo que me atrapo la primera vez que sentí a Dios, a recordar aquel amor que enciende el fuego que me impulsa hacía mi ideal, comprendí que así como la tarde que saqué a pasear a mis perros y me di cuenta que la vida seguía estando ahí, que su magia junto con su belleza jamás se esfumaron y que simplemente era yo que me encontraba encerrada en mi propio mundo, que yo misma nublaba la vista; de esa misma forma había sucedido con Dios, él jamás se había alejado ni siquiera en mis momentos de sequía, todo este tiempo fui yo que por permanecer en mi rutina me había perdido de escucharlo.


No importa que tan lejos se encuentren, no importa que se pierdan en la rapidez de lo cotidiano, siempre encontraremos el camino para volver a casa.




56 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page